jueves, 4 de octubre de 2012

El error de Etiquetar

El ser humano tiende a simplificar la compleja realidad para hacerla comprensible, todos utilizamos etiquetas para clasificar, las clasificaciones nos ayudan a entender lo complejo. Antes de haber cruzado una sola palabra con un desconocido ya nos hemos podido hacer una idea (con frecuencia errónea) de cómo es esa persona utilizando las etiquetas.

Lo que el niño hace, no es lo que el niño es. 
Con los niños también caemos en el mismo error, es muy frecuente el etiquetar a los niños por su comportamiento: si se le cae algo es torpe, si ha dejado los juguetes tirados es un desastre, si no supo hacer la tarea del cole es un inútil, o es perezoso, si habla mucho es igualito que su padre…Todos los padres caen sin quererlo en su vida diaria en este tipo de afirmaciones, sin embargo deberían preguntarse si con ellas ayudan a avanzar a sus hijos o por el contrario los limitan.


El concepto que el niño se va formando de sí mismo ( el autoconcepto) desde etapas tempranas, depende en gran medida de la imagen propia que ve reflejada en las personas significativas de su entorno (padres, profesores…). Lo que pensamos que es, lo que le decimos que es, influirá de manera importante en lo que finalmente sea.

Si lo “etiquetamos“, le estamos diciendo que eso es y será así, que no se puede cambiar. La etiqueta trae implícito el concepto de inmutabilidad, por ello si le decimos repetidamente a nuestro hijo que es malo, torpe, cabezota, llorón… sólo conseguiremos que el niño se habitúe al adjetivo y que lo viva como “yo soy así, y por tanto no lo voy a cambiar”.

Los padres actúan como modelos y como adultos de referencia para sus hijos.

Las etiquetas encasillan al niño, lo limitan.

Los niños piensan: "Si mis padres dicen que siempre me olvido de todo, debe ser verdad", y entonces se cierran a la posibilidad de cambio, de mejora. Sería bueno, entonces, tratar de modificar esta tendencia al etiquetado que trae consecuencias tan negativas en el autoconcepto y que obstaculiza tan claramente la posibilidad de cambio. Aprender por ejemplo a pedir que ordenen el cuarto diciéndole que está todo tirado y no están las cosas en su sitio, pero sin etiquetar de “desordenados”, aprender a crear el hábito de hacer la tarea sin borrones e intentando hacer una caligrafía bonita, pero sin etiquetar de “torpes”...

Al niño hay que hablarle de sus comportamientos, no de lo que es.

Hay que permitirle que él mismo cree su propio autoconcepto basado en su experiencia y no en limitadoras etiquetas. No es lo mismo “eres un desastre” que “no has ordenado tu habitación como a mí me gustaría verla” o “eres muy listo” a “estamos muy contentos porque has sacado buenas notas”.

En este sentido, tampoco son adecuadas las etiquetas positivas o el halago excesivo porque el niño se puede sentir presionado a cumplir con las expectativas de sus padres.

Es complicado cuando el niño muestra una conducta negativa repetitiva encontrar la manera de ser positivos, pero no debemos olvidar que los adultos deben ser los primeros en pensar que ese niño puede cambiar. Si no ocurre así será difícil reconocer los pequeños avances y darle las oportunidades para que el pueda verse de otra manera.

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